La primera vez que fuimos al campo era muy pequeñita, y como había otro perro ese día no podíamos dejarla mucho tiempo en el suelo.
En nuestra segunda visita pudimos soltarla tranquilamente y no paró de explorarlo todo, de echarse a la boca todo lo que pillaba, e incluso aprendió a subir y bajar escalones. Todo el mundo quería jugar con ella, y así acabó, que se tiró toda la tarde durmiendo la siesta, como pudimos ver en la anterior entrada del blog.
Al final se lo pasó muy bien, por lo que repetiremos más de una vez.
Aquí en su primera visita al campo
Su segundo día entre naturaleza
Cuánto amor...
No había nada que escapara a sus mandíbulas
Creo que la mimamos demasiado :)
Jugando a la pelota
Lola motorizada